La sopa fría de pepino y yogur es un clásico de la comida veraniega de Oriente Próximo y los países balcánicos. Plato de tradición judía, como es lógico se toma en múltiples versiones: más o menos espesa, con el pepino triturado o cortado en láminas, perfumada con hierbas diferentes... La mía es medio clásica, medio inventada, porque he incorporado algún ingrediente que no sé yo si todos los hijos de Yavéh aprobarían.
La patata cocida da suavidad, textura y consistencia a una sopa que, si el pepino y el yogur no son buenos, puede resultar un tanto agria o aguachada. La presencia del yogur de cabra no obedece a otro motivo que una manía personal que me ha entrado en los últimos tiempos, en los que me he aficionado a la leche de este animal. Diría que es más líquido, digestivo y potente de sabor que el de vaca, y un pelín más ácido. Si no lo encontráis tampoco es un gran drama: usad yogur normal pero de buena calidad.
Por último, el sumac o zumaque, ese polvo adictivo. Se trata de una especia de color púrpura bastante común en Turquía y otros países de la región, cuyo sabor alimonado, astringente y salado encaja a la perfección en esta sopa. Sé que es difícil de encontrar, y por eso la he marcado como opcional. En Barcelona la compro en L'Altra Riba, un ultrarrecomendable puesto de comida siria del Mercat de la Abaceria en Gràcia.
Dificultad
Triturar cuatro cosas es complicadísimo.